• Inspirar… Recibo en un mensaje de texto.
    Escribo inmediatamente:
  • Espirar…
  • Seguimos: inspiramos… A tope… Inspirar… Profundamente…
    No pensar… (Me contesta con rapidez).
    Respondo:
  • Espirar…

Ha sido nuestra manera. No pensar más allá del aire entrando y saliendo de nuestro cuerpo como apoyo para muchas personas en el planeta Tierra. Caí en pánico además de sufrir un profundo dolor cuando recibimos el golpe de la pandemia. Como pensamiento circular volvía obsesivamente a la La doctrina del shock («The Shock Doctrine»), un texto de Naomi Klein, muy criticado por cierto, pero que a mí me ha servido mucho estos años, me ha dado elementos de interpretación -nosotros vemos el mundo “interpretado”, no nos olvidemos-. Lo conocí por el documental de 2009 de Michael Winterbottom y Mat Whitecross, accesible en la red. Básicamente propone que la implementación de políticas económicas agresivas o actuaciones contra las ciudadanías en países de libre mercado se materializan después de un desastre natural cuando la población está todavía en shock. Esta estrategia comenzó a afianzarse hacia los años 70 del siglo XX y lo vivimos en nuestro entorno en la pasada crisis financiera que comenzó hacia 2008. Ese margen de tiempo de falta de reacción por el miedo, facilita el desarrollo y consolidación de políticas neoliberales que junto a la resignación ciudadana en gran cantidad de países tanto daño han hecho a la biodiversidad, a la vida y a la dignidad de sus habitantes.

La distopía ha sido una gran estrategia narrativa durante estos últimos años. Ha tenido repercusión en series y sagas de gran consumo donde han recreado mundos donde no queremos vivir, donde la falta de libertad y la indignidad han sido el alimento intelectual de toda una generación. Algunas distopías provocan parálisis, cualquier esfuerzo es en vano, sigamos igual, no peleemos. Otras generan asco, reproche. Como plantea Javier Gomá en la Dignidad, el asco es un poderoso civilizador: una vez interiorizado el reproche, si no transformamos nuestras acciones frente a lo que nos genera asco nos convertimos en ese mal que nos repugna. Este tiempo distópico ha favorecido la recuperación de novelas como la realizada por Consonni de Mujer al borde del tiempo de Marge Piercy. Detecto también el interés contemporáneo por ciertas fantasías feministas utópicas o distópicas de los setenta. (Los desposeídos , La mano izquierda de la oscuridad de Ursula K. Leguin, El cuento de la Criada de Margaret Atwood, El hombre hembra de Joanna Russ o La Pasión de la Nueva Eva de Angela Carter). Novelas que imaginan nuestra sociedad desde la ciencia ficción, desde la ficción, desde la ciencia. Novelas que emergen ahora, respiran, las inspiramos y espiramos. Es sintomático. No nos olvidemos que reaccionamos tiempo después a la elaboración de ideas, de conceptos, de soluciones que otras personas imaginaron con anterioridad.

La ética no deja de ser una cuestión de imaginación.

Imaginar para lograr, uno.

En 2017 y gracias a Bulegoa conocí a Franco Berardi Bifo filósofo, miembro de Democracy in Europe Movement 2025, en una brillante sesión. Berardi aboga desde hace ya tiempo por la ruptura del binomio trabajo/subsistencia. Era la primera vez que escuchaba esta idea articulada desde alguien que incita a la imaginación para el cambio social. La distopía Covid-19 ha conseguido que ideas que supuestamente eran utópicas en la vida que vivíamos hace escasamente unos meses puedan ser imaginadas como posibles soluciones a las graves secuelas socio económicas de la pandemia. La renta básica junto con un montón de supuestas utopías más, están en el debate social. Han emergido y respiran. No podemos dejar que se sumerjan de nuevo. Estamos obligados a afianzar nuestros acuerdos previos (sanidad, educación) y a imaginar nuestras propias ficciones como motores de cambio.

Imaginar para lograr, dos.

La distopía no llega porque sí. La degradación de ecosistemas, la pérdida de biodiversidad, la urbanización y la deforestación son los elementos que favorecen la zoonosis, el salto de un patógeno a la especie humana. Al igual que con la emergencia climática, dilatamos por ¿desinterés? el abordaje de la degradación que como especie estamos inflingiendo al planeta.

Hasta que no hemos sufrido al Sars-Cov 2 en nuestros cuerpos o en el de personas que amamos, no hemos comprendido, y parece que sólo algunos, la magnitud de nuestra agresión.

“La mejor protección es la naturaleza. Es la mejor vacuna, y nos la hemos cargado. No me cansaré de repetirlo: la naturaleza hace una protección integrada. (…) A la hora de valorar los procesos naturales, se les pone el precio mal. Por ejemplo, se pone precio al valor de la madera contenida en un bosque, o a los procesos de polinización de las abejas. Pero ¿quién le pone precio a la función de protección ante la pandemia del coronavirus? Nadie está en condiciones de poner precio a eso, pero ahora sabemos que hubiera sido tanto dinero que no lo habríamos podido pagar. La función de protección de la naturaleza nos blinda ante virus como este y ante otros muchos. Desarrollaremos una vacuna y unos fármacos fantásticos que te atenúan los síntomas, pero será para este coronavirus. Mañana viene otro.”

– Fernando Valladares. Investigador del CSIC. Entrevista en El confidencial

Está siendo terriblemente dolorosa la muerte – además en aislamiento- de tantas personas ancianas, dice mucho de nosotros como sociedad. Indignos.

Imaginemos ficciones que sean motores de cambio. Para nuestra dignidad como especie y para la dignidad del planeta.

Cambiemos.

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